La perversión fascina, seduce y da miedo


La perversión fascina, seduce y da miedo. A veces, envidiamos a los individuos perversos, pues imaginamos que son portadores de una fuerza superior que les permite ser siempre ganadores. Efectivamente, saben manipular de un modo natural, lo cual parece una buena baza en el mundo de los negocios o de la política. También los tememos, pues sabemos instintivamente que es mejor estar con ellos que contra ellos. Es la ley del más fuerte. El más admirado es aquel que sabe disfrutar más y sufrir menos. En cualquier caso, prestamos poca atención a sus víctimas, que pasan por ser débiles o poco listas, y, con el pretexto de respetar la libertad del otro, podemos vernos conducidos a no percibir ciertas situaciones graves. En efecto, una manera actual de entender la tolerancia consiste en abstenerse de intervenir en las acciones y en las opiniones de otras personas aun cuando estas opiniones o acciones nos parezcan desagradables o incluso moralmente reprensibles. Manifestamos asimismo una indulgencia inaudita en relación con las mentiras y las manipulaciones que llevan a cabo los hombres poderosos. El fin justifica los medios. Pero, ¿hasta qué punto es esto aceptable? ¿No corremos con ello el riesgo de erigirnos en cómplices, por indiferencia, y de perder nuestros límites o nuestros principios? La tolerancia pasa necesariamente por la instauración de unos límites claramente definidos. Ahora bien, este tipo de agresión consiste precisamente en una intrusión en el territorio psíquico del otro. El contexto sociocultural actual permite que la perversión se desarrolle porque la tolera. Nuestra época rechaza el establecimiento de normas. Nombrar la manipulación perversa supone establecer un límite, lo que se identifica con una intención de censura. Hemos perdido los límites morales o religiosos que constituían una especie de código de civismo y que podían hacernos decir: «¡Eso no se hace!». Sólo nos volvemos a encontrar con nuestra capacidad de indignarnos cuando los hechos aparecen en la escena pública, presentados y amplificados por los medios de comunicación. El poder no establece un marco de acción y elude sus responsabilidades al respecto de las gentes a las que supuestamente dirige o ayuda.
El acoso moral, El maltrato psicológico en la vida cotidiana.
Marie France Hirigoyen
 Martine Franck

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