Decir No
Decir
No
Tenemos
la capacidad de indignarnos cuando alguien viola nuestros derechos o somos
víctimas de la humillación, la explotación o el maltrato. Poseemos la increíble
cualidad de reaccionar más allá de la biología y enfurecernos cuando nuestros
códigos éticos se ven vapuleados. La cólera ante la injusticia se llama
indignación.
Algunos puristas dirán que es cuestión de ego y que por lo tanto
cualquier intento de salvaguardia o protección no es otra cosa que egocentrismo
amañado. Nada más erróneo. La defensa de la identidad personal es un proceso
natural y saludable. Detrás del ego que acapara está el yo que vive y ama, pero
también está el yo aporreado, el yo que exige respeto, el yo que no quiere
doblegarse, el yo humano: el yo digno. Una cosa es el egoísmo moral y el
engreimiento insoportable del que se las sabe todas, y otra muy distinta, la
autoafirmación y el fortalecimiento del sí mismo.
Por
desgracia no siempre somos capaces de actuar de este modo. En muchas ocasiones
decimos “sí”, cuando queremos decir “no”, o nos sometemos a situaciones
indecorosas y a personas francamente abusivas, pudiendo evitarlas ¿Quién no se
reprochado alguna vez a sí mismo el silencio cómplice, la obediencia indebida o
la sonrisa zalamera y apaciguadora? ¿Quién no se ha mirado alguna vez al espejo
tratando de perdonarse el servilismo, o el no haber dicho lo que en verdad
pensaba? ¿Quién no ha sentido, así sea de vez cuando, la lucha interior entre
la indignación por el agravio y el miedo a enfrentarlo?
¿Por qué nos cuesta tanto ser consecuentes con lo que pensamos y sentimos? ¿Por qué en ocasiones, a sabiendas de que estoy infringiendo mis preceptos éticos, me quedo quieto y dejo que se aprovechen de mí o me falten al respeto? ¿Por qué sigo soportando los agravios, por qué digo lo que no quiero decir y hago lo que no quiero hacer, por qué me callo cuando debo hablar, por qué me siento culpable cuando hago valer mis derechos?
¿Por qué nos cuesta tanto ser consecuentes con lo que pensamos y sentimos? ¿Por qué en ocasiones, a sabiendas de que estoy infringiendo mis preceptos éticos, me quedo quieto y dejo que se aprovechen de mí o me falten al respeto? ¿Por qué sigo soportando los agravios, por qué digo lo que no quiero decir y hago lo que no quiero hacer, por qué me callo cuando debo hablar, por qué me siento culpable cuando hago valer mis derechos?
Para
pensar: ¿Te humillas demasiado? ¿Los demás te manipulan? ¿Temes herir los
sentimientos de los demás si eres sincero? ¿Eres capaz de expresar la ira de un
modo socialmente adecuado, de oponerte, de expresar una opinión contraria?
Walter Riso
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